Si algo puede dar idea de
lo que es la travesía Medes-Formigues es lo que de camino al Estartit me dijo
Jose que le había explicado a un amigo suyo: cuando te levantes el domingo por la mañana a las 8:00 para salir en
bicicleta yo ya llevaré media hora nadando. Probablemente te dará pereza
levantarte, y alargarás el sueño una hora más. Cuando te levantes a las 9:00 yo
todavía estaré a medio camino de cruzar la bahía del Estartit. Desayunarás,
cogerás la bici y cuando vuelvas después de 3 horas yo seguiré todavía nadando.
Te dará tiempo de poner la mesa, preparar la comida y hasta de comer.
Posiblemente, a eso de las 15:30, cuando acabes el resopón, y sólo entonces, es
probable que yo llegue a les Formigues, después de 8 horas seguidas de nado. El
tema fue que en nuestra travesía Jose se olvidó de decirle que a su amigo le
daba tiempo hasta de hacer una siesta de pijama y orinal de 2 horas o hasta de
ver Avatar por la tele ya que estuvimos 10
horas braceando.
Martí fue el que la lió.
Después de nuestro éxito en el estrecho el Rombo estaba lanzado, y bastaron 3
líneas de whatsapp para convencernos a David, Jose y a mí para consultar a Neda
el Món si podíamos participar en la travesía de Medes-Formigues. En nuestros
entrenos para el Estrecho habíamos coincidido con parte de las personas que
iban a hacerla, entre ellas Raül Romeva, que por razones obvias tuvo que ceder
su plaza, y no nos dio la sensación que el entreno fuera muy diferente ni que
tuvieran mucha más carga que nosotros. Después del Estrecho no sabíamos de qué
mejor manera podríamos haber preparado la travesía. De hecho el Estrecho lo
podríamos considerar en cierta manera un último entreno antes de afrontar la
prueba más dura que se hace en Cataluña: recorrer los 22,3 km que separan las
islas Medes de las islas Formigues, 4 km al sur de Calella.
En el último momento nos
confirmaron las plazas, y a mediados de semana ya estábamos pendientes de la
previsión meteorológica preguntándonos cuando iba a amainar el temporal de
levante que durante toda esa semana había afectado el litoral. El jueves nos
dijeron que finalmente la travesía estaba programada para el domingo. Hora de
encuentro 6:00 AM, y salida desde Medes a las 7:30. ¡¡¡Menudo madrugón!!!
Por la mañana allí estábamos
los 4, enfundados con nuestros trajes de luces y acompañados por Ari, que se
había ofrecido a darnos soporte y hacer fotos. Al final acabó dándonos hasta el
avituallamiento. Gracias Ari por tu apoyo continuo.
En el briefing de salida
estábamos 40 nadadores, de los que 16 eran unos irlandeses que habían venido
expresamente a hacer esta travesía. La organización había hecho grupos en
función de nuestra velocidad de crucero. Nosotros estábamos en los de 3 Km/h,
junto con 4 nadadores más. Cada grupo íbamos a tener una barca que nos iba a
seguir y a darnos en avituallamiento. La logística iba a ser la misma del
Estrecho, con avituallamientos cada 45 minutos.
A las 7:00 salíamos de
puerto en barcas, dirigiéndonos a las Medes. Todavía era de noche. Nervios, silencio
y un poco de mar de fondo. En el horizonte se intuía la salida del Sol. Nunca
había comenzado una travesía en estas condiciones, y realmente es espectacular.
Una vez en Medes salto de la barca y a tocar la roca (esto me sonaba…). Al cabo
de pocos minutos dieron la salida a la prueba. Eran las 7:30 AM. Nos fuimos
agrupando y al poco rato nadábamos los 8, todavía de noche, en dirección al
cabo de Begur que se intuía a lo lejos. El Rombo volvía a la acción.
Desde la barca camino a la salida |
Nadando por la bahía del Estartit |
¡¡¡Estáis a la mitad!!!... A LA MITAD!!!! Pero si llevábamos 7 horas!!!
Mentalmente recordaba una travesía que había hecho este mismo año, desde Llafranc
hasta Aiguablava. La había hecho en unas 2 horas. Aiguablava estaba un poco más
al sur del cabo de Begur, así que no me salían las cuentas… 1 hora hasta
Aiguablava, 2 horas hasta Llafranc, y 1,30 horas hasta Formigues. Esto nos lo
pelamos como mucho en 4 horas y media, y más si el mar cambiaba. Ni mitad ni
ostias, esto está hecho…
Cuando volvimos a arrancar…el cabo se había movido!!! Teníamos que volver a alcanzarlo y pasarlo, porque durante el escaso minuto que estuvimos tomando algo, la corriente nos hizo retroceder un trecho importante. Desesperante…
Seguíamos nadando a buen
ritmo, pero nuestro avance era escaso.!!! Joder con la corriente en contra, no
íbamos a llegar nunca!!!
En el siguiente
avituallamiento cayeron Jose y el último nadador invitado de nuestro grupo. David,
Martí y yo quedamos sorprendidos, sobre todo porque Jose no había dado ni una
señal de encontrarse mal y no poder seguir el grupo, pero respetamos su
decisión.¡¡ Que no decaiga, que no decaiga!!! Me decía a mí mismo… Sólo
quedábamos el Rombo… y no al completo.
Desde la barca nos
gritaron que parecía que el tema de la corriente iba a cambiar, y que los
grupos de delante habían notado una ligera corriente a favor. A mí ya me valía
con que no hubiera corriente, así podríamos avanzar normalmente.
… y una leche!!!
Seguíamos al mismo ritmo
penoso, y efectivamente con otro mar diferente al de la bahía del Estartit…peor.
Pensaba en el abandono de Jose, de los otros 4 nadadores del grupo, y de que
sólo quedábamos los tres.
En el siguiente
avituallamiento tuve la sensación de que íbamos muy solos. No se veía ninguna
otra barca de los otros grupos. Ari nos puso al día del resto de los grupos. El
nuestro iba ahora en segundo lugar, y nos dijo el montón de gente que había
abandonado. ¡Menudo panorama! Cuando íbamos a volver a arrancar desde la barca
nos gritaron que esperáramos, que venía más gente hacia nosotros. Esperamos. Se
trataba de dos chicas del grupo de irlandeses. ¡Una iba sin neopreno! Menuda
máquina. Luego nos enteramos que se dedica a hacer travesías extremas, con
temperaturas bajas y muy largas. Cuando llegó a la barca empezó a vociferar
preguntando (eso es lo que creo que entendí, entre el cansancio, las olas y el
viento), sobre su bebida caliente. Lo estaba pasando fatal, porque tenía un
frío de la leche. Creo que ya había encontrado su sensación extrema en la
prueba… Pobre Ari, y ¿qué sabía ella de su bebida caliente?. Le dieron algo de
nuestros potingues, plátanos y líquido supongo, que era lo único que teníamos,
y seguimos nadando. Nos dimos cuenta enseguida que con las chicas llevábamos un
ritmo desigual, y nos fuimos distanciando. La chica que llevaba neopreno se iba
quedando atrás, y la otra daba la sensación de que prefería seguir su guerra en
solitario. Nos seguía más o menos a la misma altura, pero siempre un poco más
mar adentro que nosotros…
Fue en ese momento cuando
apareció uno de mis temores: mi hombro izquierdo reclamaba su protagonismo, y
cada vez me dolía más. Hice lo de siempre, pensar en otra cosa e intentar
optimizar mis brazadas para forzarlo lo menos posible, pero el tío seguía ahí…
run, run… run, run…
Cuando volvimos a parar
le pedí a Ari algo para el dolor muscular. Y como no, salió el famoso Enantyum, el
antiinflamatorio que tantas veces habíamos comentado entre nosotros. El premio
Nóbel deberían darle al señor Enantyum, el premio Nóbel!!!. Al poco rato se me
había pasado el dolor y nadaba con normalidad, a buen ritmo y animado. El Rombo
(o lo que quedaba de él) se deshacía. Tras mi dopaje yo iba en cabeza a buen
ritmo, luego Martí, y finalmente David a un ritmo más lento pero constante. El
mar empezada a picarse, y el viento a subir…
Nueva parada y sin
dudarlo me tragué una biodramina, por si las moscas… Desde la barca nos dijeron
que no había llegado nadie a Formigues, y que desde la organización le decían
que veían complicado que nadie lo consiguiera. – Detrás vuestro ya no queda
nadie- nos gritó Ari – ¡¡Todo el mundo ha ido abandonando!! -
Nos volvimos a poner en
marcha, y en mi cabeza, resonaban tambores de épica, pensando que sólo los
tres, después del año excepcional en el que habíamos cruzado el Estrecho, lo
íbamos a conseguir. Teníamos que hacerlo, ¡¡¡Vamos!!! Pim, pam, pim, pam, una
brazada, otra, un trago de agua… una brazada, otra…
Al cabo de un buen rato, con corriente, olas y
viento en contra, empecé a tener dudas de si realmente podíamos conseguirlo.
Tomé una referencia en la costa, acabábamos de pasar por Tamariu, y seguí
nadando, nadando y nadando, y volvía a mirar y allí seguía Tamariu. Hombre, es
muy bonito, pero no nos podíamos quedar, teníamos que avanzar… no era
imposible, pero sí penoso. Primera levantada de cabeza y análisis de la
situación. ¡¡¡Se veían las Formigues!!!, pero antes calculo que a 1,5 km
teníamos que alcanzar el cabo de Sant Sebastià. Todavía teníamos que llegar
allí, y luego, tirarnos a mar abierto unos 4 km más hasta Formigues. Con lo que
avanzaba no sé cuántas horas iba a estar. Desde luego no menos de 3 – Vamos a
probarlo – me dije.
Creo que me costó un par más
de levantadas de cabeza, de análisis de las condiciones y de mirar la hora, el
darme cuenta que llegar al objetivo era casi imposible. Esperé a Martí y le
dije que abandonaba. Llamé a la barca para que se acercara, y subí, dándome
cuenta de que estaba fuera del agua, había dejado de nadar, y que por supuesto
no iba a tocar Formigues. ¿Frustración? La justa. Llevaba casi 10 horas
nadando, mi cuerpo había aguantado muy bien y sinceramente, había disfrutado de
cada brazada. Haber llegado a Formigues hubiera sido la leche, pero cuando no
se puede no se puede… Ahora tocaba animar a Martí y a David, que todavía
seguían braceando testarudos mirando a las Formigues.
Desde la barca se veía
todo diferente. El oleaje y el viento se percibían en toda su magnitud. El
avance penoso y lento de la barca, era fiel reflejo. A nuestro alrededor no se
veía a nadie más. Las dos chicas irlandesas que nos habían seguido al parecer
habían abandonado hacía rato. Quedábamos sólo Walter (el que tripulaba la
barca), Ari, yo fuera del agua y Martí y David todavía nadando. Martí a un
ritmo más rápido, lo que provocaba que entre ellos la distancia cada vez se
hiciera mayor. Cuando con la barca íbamos a animar y ver como estaba uno
costaba luego ver donde estaba el otro, y llegar, no menos de 5 minutos.
Insistí a Walter para que llamara a la organización para que trajeran otra
barca, porque con sólo una era muy difícil controlarlos a los dos.
Pasaron unos 20 minutos
cuando Martí dejó de nadar. Nos miró y se quitó las gafas. Había decidido
también dejarlo. Fuimos hacia él y subió a la barca. Me imagino que por su
cabeza pasaron sensaciones y emociones semejantes a las que me habían invadido
hacía un rato. Nos abrazamos, lo que habíamos hecho era muy, muy grande.
Al poco rato llegó una
segunda barca, diciendo que se iba a hacer de noche, que era muy difícil que
David lo consiguiera, y que lo más sensato era que abandonara. Estaba claro que
ni Martí y yo se lo íbamos a pedir. Creo que en ocasiones así debe ser uno
mismo el que decida, y que si quiere seguir intentándolo, si no hay riesgo para
nadie, tiene todo el derecho a hacerlo. La travesía no tenía tiempo de corte, y
lo único que realmente era crítico era que se llegara a hacer de noche. Por lo
demás, si David quería nadar, pues que nadara.
Desde la barca que
acababa de llegar me gritaron para que subiera y llevarme a Calella. Si David
decidía parar, no era muy seguro ir 5 personas en la barca de avituallamiento,
así que cambié de barca y tomamos rumbo a Calella, dejando atrás a Walter, Ari,
Martí y también a David en su intento de conseguirlo.
Una vez en la barca me di
cuenta realmente de lo que le faltaba… Calculo que tardamos unos 20 minutos en
llegar al cabo de Sant Sebastià, salpicados por las olas y con mucho viento. 15
minutos más en llegar a Calella. Las condiciones eran iguales todo el rato, así
que imaginé que David no iba a tardar menos de 4 horas si lo conseguía, con el
riesgo que se le hiciera de noche… ¡¡¡Con un par!!!
Llegué a Calella, donde
la sensación era de tranquilidad, y reflejaba muy poco las condiciones que
habíamos vivido fuera. Salieron a recibirme Jose, que se había metido una buena
paella entre pecho y espalda para hacer tiempo, Marta, la mujer de David, y
Blanca, una amiga de Jose a la que se encontraron por casualidad. Cuatro
irlandeses que estaban por allí, y un par de personas de la organización. En mi
mente me sorprendía el contraste entre la tranquilidad de la llegada y lo que
debía estar luchando David.
Blanca tenía casa allí, y
me ofreció una ducha caliente. ¡¡Qué mejor recompensa para el palizón que me
había dado!! Cuando acabé bajé a la playa y justo acababan de llegar Martí y
David. David había aguantado 40 minutos más en el agua. Debe tener raíces
mañas, seguro. Esta vez no habíamos conseguido el objetivo. Habíamos nadado 10
horas seguidas, el doble de lo que necesitamos para cruzar el Estrecho, y en
ese tiempo habíamos recorrido incluso menos distancia, calculo que unos 18 km.
De todos modos estábamos contentos porque vimos que el cuerpo todavía no había
dicho basta. Disfrutamos toda la travesía hasta el final, y supimos que éramos
capaces de estar todo ese tiempo braceando y que podíamos estar más. No
habíamos descubierto cuál es nuestro límite, y por qué no, siempre nos quedará
la épica para contarlo, al menos hasta el año que viene, cuando volvamos a
intentarlo.
De los 40 nadadores que
salimos de Medes sólo 5 consiguieron llegar a las islas Formigues. Los tres
primeros en 9 horas y media, un cuarto en 11 horas, y el último nadador lo hizo
de noche después de casi 13 horas de nado. Este seguro que se lo contará a sus
nietos. Mi más sincera admiración a los 5. Después de todo el esfuerzo para
vencer la corriente que fue contraria en todo el recorrido, y al final el
oleaje y viento, la pregunta que nos hacemos es por qué la organización no
planteó la prueba en sentido contrario. Tener algo a favor de vez en cuando
también se agradece.
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